Empieza a leer «El mismo fuego» de Jorge Majfud

06/02/25

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DESPERTAR

En uno de esos bancos de plaza de antes, un niño le contaba un sueño extraño a un hombre mientras un soldado los vigilaba. El niño había nacido con hipertimesia, con la enfermedad de no olvidar ni el más irrelevante detalle de su vida. El hombre intentaba reconstruir sus sueños luego del desencanto de la derrota. El soldado ya no tenía dudas. Había logrado comprender y su servicio era un servicio a la patria. No había surgido, pensaba o quería pensar, por el hábito de una profesión ni por las más conocidas e irremediables urgencias del estómago, sino por algún tipo de convicción contraria a la de aquel hombre pensativo mirando al niño desde un rincón del patio.
—¿Cómo son tus sueños cuando estás allá adentro? —preguntó el niño.
El hombre pensó un momento. El soldado no había escuchado la pregunta y había girado sobre un talón para vigilar a las otras visitas.
—A veces soy una gaviota y me arrojo por la ventana y no me detengo hasta el mar.
—¿Entonces eres libre por las noches?
—No, no… Solo sueño. Si uno no puede controlar los sueños, entonces uno no es libre y solo nos damos cuenta del engaño cuando despertamos. Es como ese dicho: En este país somos libres, gracias a Dios, libres como los pájaros…
—Al menos los de allá afuera son libres.
—Si los comparas con nosotros aquí adentro, puede ser. Aunque tampoco estoy seguro de esto último.
—En la escuela, la maestra siempre nos habla sobre la libertad. Gracias a Dios, vivimos en un país libre…
—Hasta el día cuando uno despierta, y entonces…
—¿Puede alguien despertar cuando ya está despierto?
—Tal vez… o tal vez eso nunca ocurre.
—¿Entonces seguimos soñando hasta el final? ¿Soñamos hasta morir?
—Más o menos. Aunque de vez en cuando abrimos un ojo, escuchamos algo, pensamos un poco, y eso debe ser como despertar un poquito.
—Un día, en la feria, una señora se dio cuenta de haber perdido a su hija y en lugar de correr a buscarla se desmayó. A mí me pasa algo parecido cuando sueño con los soldados golpeando a mi padre. Me despierto.

EL ZORRO

Su primera vez fue por encargo de la abuela Juanita. En la familia se hablaba de la mala salud del tío Carlos. Probablemente no aguantaría un año más en aquellas condiciones, decían, y por eso necesitaban alguien para darle la buena nueva. La única forma era pasando información en el patio de juegos. Cuando llegaba la media hora de la visita de niños, los soldados se encargaban de controlar a los malditos insoportables bien peinados ruidosos inquietos demonios, pero generalmente no podían oírlos. Se ponían furiosos cuando alguno trepaba por los caños del columpio en lugar de columpiarse correctamente. Una vez uno de los verdes bajó a uno de un mamporro en la cabeza para salvarlo de una posible caída del tobogán y enseguida debieron retirar a rastras al padre por desorden y desacato. El insoportable pequeño pichón de demonio subversivo no volvió más y el padre tampoco.

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