Empieza a leer «Cuando el río se tiñó de rojo» de Maggie Craig
26/03/25
SI TOCAN A UNO, NOS TOCAN A TODOS:
LA HUELGA DE SINGER EN 1911
«Vamos a la huelga, hijo. La fábrica entera se para»
Una helada tarde de marzo de 1911, el pequeño James Wotherspoon regresaba a casa andando desde su escuela en Clydebank. Tenía diez años. Por el camino siempre pasaba por delante de la fábrica Singer, donde trabajaba su padre. A medida que subía por Kilbowie Road, el vasto complejo quedaba a su izquierda. A la derecha, justo donde hoy se levanta el Clydebank Shopping Centre, se extendían las vías y los apartaderos de la Línea Singer de ferrocarril. Durante la jornada de trabajo permanecían allí apeados los trenes encargados de llevar y traer a los aproximadamente cuatro mil empleados de Singer que no vivían en la ciudad.
Mientras proseguía hacia su casa, James fue testigo de una escena que no olvidaría jamás. Aunque faltaban varias horas para la finalización de la jornada, vio riadas de gente que empezaba a salir de la fábrica. Jamás había presenciado nada igual. Entre la multitud, divisó a su padre, que se abrió camino apresuradamente hasta donde su hijo pequeño lo miraba, atónito, desde el otro lado de la reja que rodeaba la planta. James Wotherspoon recordaría hasta el último día de su larga vida las palabras exactas que le dirigió su padre en aquel momento: «Vamos a la huelga, hijo. La fábrica entera se para». Lo que el pequeño estaba presenciando era el comienzo de un duro enfrentamiento laboral que arrancó con aquel abandono en masa de los puestos de trabajo y prosiguió con asambleas, mítines y muchas reivindicaciones que acabarían estrepitosamente mal tres semanas más tarde.
La chispa que hizo saltar la huelga fue un conflicto con doce mujeres que trabajaban de pulidoras. Su labor consistía en abrillantar los muebles donde se alojaban las máquinas de coser. Cuando la dirección trasladó a tres pulidoras a otro departamento, exigió a las doce que quedaban que cubrieran su trabajo. Una modificación en la forma de pago supuso, además, que tuvieran que aceptar un recorte de dos chelines de su paga, una cantidad nada desdeñable si tenemos en cuenta que cobraban unos 14 chelines semanales. A las pulidoras les enfureció que les pidieran trabajar más por menos, así que depusieron sus herramientas y abandonaron sus puestos de trabajo.
Dos mil muchachas salieron inmediatamente de la fábrica en su apoyo. Los hombres no tardaron en seguirlas. Para el mediodía del día siguiente, el martes 22 de marzo de 1911, prácticamente la totalidad de los diez mil empleados de la fábrica estaban en huelga. Los que permanecieron en sus puestos eran en su mayor parte capataces, directivos y técnicos. Los piquetes que se situaron a las puertas de la fábrica en Second Avenue, Kilbowie Road y Dalmuir hicieron cuanto pudieron para convencerlos de que secundasen la huelga.
James Wotherspoon, el niño que fue testigo del comienzo de la huelga, murió en 2005, a los pocos meses de cumplir ciento cinco años. Él también se había pasado la vida trabajando en Singer. Casi un siglo después de los acontecimientos de 1911 conservaba un recuerdo fotográfico de lo sucedido. Se acordaba a la perfección de un grupo de «chicas huelguistas» —así se apresuró a apodarlas el Glasgow Herald— que trató de convencer a un capataz de que se uniera a su causa. En una fotografía de prensa de la época, las mujeres en huelga aparecen elegantemente tocadas con sombreros de alas, pero James Wotherspoon recordaba que muchas de las más jóvenes llevaban boinas de colores —rojo, amarillo, azul y verde—, bien caladas y prendidas con alfileres. Calificó el resultado de «poco favorecedor».
El intento de persuadir al capataz para que respaldase la huelga fue amable, aunque ruidoso. Las chicas tocaban trompetas de papel y hacían el corro alrededor del hombre, que con mucho sosiego las saludó con el sombrero educadamente y entró en la fábrica. El conflicto inicial prendió la hoguera de agravios que se habían ido acumulando en la fábrica, como la imposición de la administración científica, el constante cronometraje de los trabajos, las evaluaciones y los recortes salariales. El sindicalismo era otro motivo de descontento. La dirección de Singer no tenía más remedio que tolerar a los sindicatos a los que pertenecía su plantel relativamente reducido de trabajadores cualificados, principalmente ingenieros e impresores, pero desautorizaba cualquier actividad sindicalista por parte de los trabajadores no cualificados, que conformaban la mayor parte de la plantilla.
Antes de la huelga de 1911, no obstante, los sindicalistas ya llevaban un año reclutando gente en Singer. Tom Bell, autor de Pioneering Days, fue uno de ellos. «Celebrábamos reuniones informativas a las puertas de la fábrica, vendíamos folletos y organizamos grupos de estudio. Enseguida establecimos contacto con gente de dentro y de ahí a nada prácticamente todos los departamentos contaban con un grupo reducido de activistas sindicales».
El grupo al que pertenecía Bell cambió su nombre por el de Industrial Workers of Great Britain (IWGB, Trabajadores Industriales de Gran Bretaña), el cual pasó a formar parte a su vez de la rama británica del sindicato estadounidense IWW (Industrial Workers of the World, Trabajadores Industriales del Mundo). A los miembros de esta asociación de nombre tan magnificente —que sigue existiendo hoy en día— se los conocía familiarmente como los «wobblies» (agitadores).
Uno de los representantes más destacados del IWW fue Joe Hill, el activista laborista de ascendencia sueco-estadounidense. Cuatro años después de la huelga en la fábrica Singer, Hill fue condenado a muerte por asesinato y ejecutado por un pelotón de fusilamiento en Utah. En aquel entonces, y aún hoy, se creyó que era inocente y que lo incriminaron falsamente para librarse de un agitador. Su vida y su historia inspiraron la balada I dreamed I saw Joe Hill last night (Anoche soñé que veía a Joe Hill). La canción, interpretada de manera inolvidable por Paul Robeson y, más tarde, por Joan Baez en Woodstock, sigue inspirando a los espíritus rebeldes del mundo entero. El novelista Stephen King y su esposa Tabitha llamaron a uno de sus hijos Joseph Hillstrom King en honor a Joe Hill.