Empieza a leer «Cuerpos. Las otras vidas del cadáver» de Erica Couto-Ferreira

22/08/23

Cubierta de 'Cuerpos. Las otras vidas del cadáver' de Erica Couto-Ferreira

1.1. Cuerpos vivos:
la fuerza creativa de la materia

Un cosmos que es creado de la nada representa una anomalía: se necesita sustancia para dar forma a cualquier elemento de la existencia. Se cuenta en el "Enūma eliš", mito babilónico de la creación, que Marduk, en su ascensión por convertirse en cabeza visible del panteón divino, moldeó el universo a partir del cuerpo despedazado de Tiāmat. Tiāmat, océano salado y diosa primigenia, vencida y ya cadáver, es partida por la mitad. Una sección se convertirá en cielo y la otra, en tierra; la espuma de la madre primordial, en nubes; sus ojos, en el Éufrates y el Tigris; sus pechos, en montañas; su cola será retorcida para crear el Durmahu, el nudo cósmico que mantiene ligado cielo y tierra. Tiāmat se reconvierte de esta forma en bóveda celeste, en tierra, en río (Lambert, 2013). El ser humano, que será creado en un segundo momento, pasará sus días envuelto en un cuerpo materno. Al igual que los diablos de Tasmania, dormimos en la carcasa caliente de la carroña que nos alimenta y, aunque los viejos dioses mueran, su materia sirve para dar vida a mundos enteros, desde el gigante Ymir de la mitología nórdica hasta Pangu en China y Puruṣa en el Rg-Veda.
El cuerpo nunca es uno, singular y reproducible, sino innumerable, vasto, exponencial. Somos porque nuestros cuerpos existen. Cualquier acción, reacción, pensamiento y sentimiento nace y muere en el cuerpo; se manifiesta y reprime en él, por él: lo sublime y lo banal, todo. El cuerpo posee la rara cualidad de manifestarse cercano y reconocible y, al mismo tiempo, extraño y alienante, puesto que es contemporáneamente sujeto de experiencia y objeto de exploración. Tanto el universo que conocemos como el cosmos infinitesimal que imaginamos pasan a través del cuerpo, que funciona como un filtro por el que penetrasen hacia el interior y se excretasen hacia fuera todas las experiencias imaginables. Es el monstruo más fascinante que haya existido jamás, y cada uno de nosotros habita dentro de uno. Admitámoslo: somos solo cuerpos.
Incluso el pensar y el sentir han acabado por convertirse en productos de la materia y de la química, y se ha desarticulado el monopolio cartesiano que, desde el siglo xvi, mantuvo divididos el cuerpo y la mente. Lo que muchas culturas, civilizaciones y grupos humanos siempre habían dado por hecho (esto es, que se razona, se odia y se ama con el cuerpo) encuentra confutación en nuestro modelo biomédico, en las hormonas, la genética, la electricidad y la neuroquímica de nuestra carne. Piensa con la cabeza, ten corazón o estómago: ahí están el razonamiento, la compasión y el coraje, bien atados a nuestra física existencia.
En esta cualidad física y material radican las capacidades del cuerpo para crear mundos y, sobre todo, las potencialidades del cadáver para vivir vidas más allá de la muerte. Estas existencias post mortem se sustentan en la materialidad, la sustancia, lo físico sujeto a los sentidos y a la manipulación. Como la piedra extraída de las canteras o la madera robada a la anatomía de los árboles, nuestra carne puede trabajarse para ser transformada en mueble y en joya, en fetiche y en pieza de museo, en tendencia, modelo y obra de arte. Irrumpe el cuerpo en el discurso cuando se habla de belleza y de fealdad, de dolor y de placer, de sexualidad y de ascetismo, de género, de moda, de salud y de violencia. Religiosidad y laicismo se apropian de él por igual y lo incluyen en sus narraciones, en sus políticas y en sus acciones, como también (o quizá deberíamos decir «sobre todo») lo hace el mundo del arte y del ocio. Mientras los cadáveres plastinados por el polémico Gunther von Hagens juegan al baloncesto, practican sexo o montan en bicicleta, el fotógrafo neoyorquino Joel-Peter Witkin transforma los cuerpos deformes o las anatomías muertas en retablos y piezas de arte, componiendo ficciones fotográficas que remiten al mundo clásico y al canon artístico, y haciendo de los miembros maltrechos y del cadáver una experiencia estética. Si la intuición creativa suele transformar sus creaciones en piezas irrepetibles, la cirugía unifica rostros y rasgos, y crea réplicas exactas de labios inflados, narices diminutas y pómulos angulosos. Un ejemplo claro del poder transformador del cuerpo se encuentra en las propuestas artísticas de la francesa Orlan, quien consiguió llevar el body art al extremo. Durante los años ochenta y noventa, Orlan usó su cuerpo, literalmente, como materia prima para realizar una serie de proyectos en los que, sometiéndose a operaciones quirúrgicas, modeló su carne a placer (Orlan, 2016). Las intervenciones, que fueron documentadas mediante imágenes y vídeos, manifiestan su máxima fuerza creativa en ese acto definitivo de entregarse completamente a las manos del cirujano quien, en ese proceso que corta, estira y modela la piel como si fuese tela o barro en manos del artista, logra hacer de nosotros algo materialmente distinto. Así, en las intervenciones artísticas de Orlan, la operación se transformaba en performance y el quirófano, en sala de exposiciones, en un teatro inundado por los brillos de las lentejuelas, las calaveras y los zapatos de vértigo. Otro proyecto que, a mitad de camino entre la creación artística y la elección de vida, se articula alrededor del cuerpo fue el Pandrogeny Project, cuyas bases se exponen en el vídeo "The Pandrogeny Manifesto" (2006). Genesis Breyer P-Orridge (el 50 % del proyecto, junto con su esposa, Lady Jaye) explica en el documental "The Ballad of Genesis and Lady Jaye" (2011) el nacimiento de esta decisión personal. En lugar de tener hijos, que era, según P-Orridge, el resultado de la unión de dos personas que se aman, Genesis y Lady Jaye decidieron crear un tercer ser, resultado de la fusión de ambos. Para conseguir este resultado igualador, Lady Jaye se operó la nariz para que se asemejase a la de Genesis, mientras Genesis se tatuó las marcas de nacimiento de Lady Jay. Ambos se operaron los pechos y se aficionaron a vestirse igual. Se acercaron y se mezclaron hasta espejarse el uno en la otra. Poco o nada, pues, hay de natural en el cuerpo, pues este se construye, se reconstruye y cambia permanentemente a tenor de los tiempos.
Sin llegar a extremos, es fácil reconocer los modos cotidianos de los que disponemos para transformar y transformarnos: tatuajes, escarificaciones, piercings, uso de lentillas de colores, limado de dientes, teñido de cabellos, uso de determinados estilos de ropa y complementos, peinados, fajas, push-ups, maquillaje, gestos, perfume y movimientos. El cuerpo habla, siempre lo ha hecho, desde los tiempos en los que, en la arcana disciplina de la fisiognomía, se afirmaba que las cualidades, el carácter y los azares futuros del individuo vivían impresos en el cuerpo, atestiguada ya en los textos cuneiformes mesopotámicos, hasta el presente, en el que el análisis de la comunicación no verbal y la gestualidad se utiliza para seleccionar a personal. Como el tapiz que muestra en el reverso las venas hiladas de la trama, somos un mapa que pone al desnudo nuestro interior más profundo. Quien sepa leer el cuerpo verá revelada la naturaleza íntima de cada ser humano, sus apetitos y pulsiones, sus encomiables virtudes y sus vicios aborrecibles.

 

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