Empieza a leer «Exteriores del paraíso» de Bernardo Atxaga
21/09/23
La primera gripe de Adán
Enfermó Adán el primer invierno después de su salida del paraíso y, asustado con los síntomas, la tos, la fiebre, el dolor de cabeza, se echó a llorar igual que años más tarde lo haría María Magdalena. «¡No sé qué me ocurre, tengo miedo!», gritó dirigiéndose a Eva. «Amor mío, ven aquí, creo que ha llegado la hora de mi muerte».
Eva se sorprendió mucho al oír aquellas palabras, amor, miedo, muerte. Le pareció que pertenecían a una lengua extraña, ajena al paradisiaqués, y anduvo con ellas en la boca, masticándolas como pepitas, como raíces, hasta que creyó, amor, miedo, muerte, comprender enteramente su sentido. Para entonces Adán ya se había repuesto y volvía a sentirse feliz, o casi.
Fue solo, aquel episodio extraparadisíaco, el primero de una larga serie, de modo que Adán y Eva siguieron, por así decir, recibiendo clases intensivas de la lengua que decía amor, miedo, muerte, aprendiendo palabras como cansancio, sudor, carcajada, calumnia, carcamal, canción, caricia o cárcel; a medida que crecía su vocabulario, las arrugas de su piel aumentaban.
La hora de la muerte, la verdadera, le llegó a Adán siendo ya muy viejo, y quiso entonces transmitir a Eva lo que había aprendido, su última verdad. «¿Sabes, Eva?», le dijo. «La pérdida del paraíso no fue en realidad una desgracia.
A pesar de los trabajos, a pesar de lo del pobre Abel y todos los demás sinsabores, hemos conocido lo único que, noblemente hablando, puede llamarse vida».
Sobre la tumba de Adán se derramaron lágrimas corrientes, de agua y sal, que cayeron a la tierra y no criaron jacintos, ni rosas, ni flores de ninguna clase, y fue Caín el que, paradójicamente, con más desgarro lloró. Luego Eva recordó con cariño el susto de Adán cuando su primera gripe, y todos se calmaron, y se fueron, y tomaron algo, y comieron un bollo.