Empieza a leer «Lo que queda fuera» de Manuel Rivas

21/09/23

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Manifiesto de la des-extinción

Estamos en un tiempo de emergencia en el mundo. La poesía siempre fue voz de emergencia.

Estamos en un tiempo de alarma, de máxima alerta, de Mayday. La poesía siempre responde a un Mayday.

Estamos en un tiempo de incertidumbre, en un rumbo de horizontes enfermos. La poesía es el primer y el último faro.

Estamos en un tiempo de extinciones. La poesía, cada poema que habita en la adversidad, es un acto de des-extinción.

Estamos en un tiempo de bioperversidad. La poesía es biodiversidad. La palabra poética es siempre colaborativa, de una soledad compañera, incluso en el desasosiego más radical, hay un decir último y rebelde: ¡No a los tiempos muertos! Con ironía, la poesía escribe un grafiti en el callejón sin salida: «¡Un buen día lo tiene cualquiera!»

Estamos en un tiempo de servidumbres. La poesía es resistencia.

Estamos en tiempo en que las factorías de producción de mentiras echan humo por todas las chimeneas. Cotiza al alza en el código de barras envolvente y falso de la «realidad alternativa». La poesía es el activismo de la verdad, el hip hop de la vida, el rap de la calle, el puñado de sal, la palabra que bate donde duele el diente.

La poesía vomita, se rebela, interpela a los señores y dioses, del poder real o de la mitología, pero nunca hace estragos. Todo es de provecho, incluso su rabia. Es excitación creativa, germina, lanza luces en la oscuridad, enigmas en el deslumbramiento.

Lo que la poesía tiene de desequilibrio, de asco, de vergüenza, va templada por su naturaleza de planta arborescente, excéntrica e irónica, esa compasión de la burla.

Estamos en tiempos de falta de decoro, donde la honestidad tiene un precio. La poesía no lo tiene. Cuando tiene un precio, cuando su mensaje está a la venta, deja de ser poesía. Hay algo en el alma de la poesía que incluso pone límite a su dependencia del artificio lingüístico. Es una constante y reinventada búsqueda de la belleza que no se conforma con la belleza.

La poesía es el lenguaje desposeído de la voluntad de dominar, donde no desfilan las palabras.

Toda revolución que nace de la poesía es necesaria. Una mirada que escudriña a la vez hacia dentro y hacia fuera. Información sensible, esencial, top secret. Permite ver lo que no está «bien visto». Decir lo indecible. Pensar lo impensable. Escuchar las voces incómodas, disidentes, marginadas. Es una óptica de la profundidad de campo. No admite la corrupción de la mirada, excepto para reírse de ella. Por eso es de una indocilidad cósmica. O no es.

Estamos en tiempos en que la naturaleza está sometida a esquilme, maltrato, tortura, e incluso a la definitiva desaparición de los espacios libres, es decir, salvajes. También las palabras sufren la contaminación, intoxicación y corrosión que atormentan el mundo que nombran.

La poesía se detecta porque es la naturaleza no dominada. Es cántico, brindis, lamento, aullido, manifiesto, donde las palabras amputadas, balbuceantes, descarriladas, huidas, construyen un quilombo libre.

Estamos en un tiempo en que dedicar un día a la poesía semeja un detalle de calendario de caridad. La poesía no debería estar en ningún calendario. La poesía no puede ni quiere estar en el centro. Se mueve por las orillas, por los márgenes, por el acantilado, por la cañada, por la maleza, por el lateral, por el envés de los pergaminos de la historia. Los poemas son lepismas o pececillos de plata que abren surcos en el canon de las ortodoxias. Son luciérnagas, escarabajos, libélulas, grillos, abejas exploradoras, ciervos volantes, babazas, erizos, que a veces se esconden bajo tierra como topas o raíces de tejo para que hable la boca de los muertos: ¡Vida, muerte, vida!

Estamos en tiempos en que el poder mercantil que coloniza la cultura declara innecesaria la poesía. Le da, le concede, una función decorativa, ornamento festivo, de florilegios. Una manera de anestesiar el misterio, el enigma, el pensamiento excéntrico, lateral, mágico y cómico. El honorable y sublime bagazo de la risa y el llanto donde fermenta el lenguaje.

Quien pretenda proteger la poesía ignora que la poesía es la que nos protege. Quien la considere innecesaria, ignora que es imprescindible. La memoria fértil que siembra en los descampados, que sostiene las vigas del cielo.

La poesía, sí, es un activismo de la des-extinción.

Lely, lely, lelyadoura!

En Santiago de Compostela, 21 de marzo de 2021

 

Cubierta de "Lo que queda fuera" de Manuel Rivas

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