Empieza a leer «Pisaremos las calles nuevamente» de Vivian Lavín

05/06/23

Pisaremos las calles nuevamente

«La memoria es más que
una cárcel de un pasado infeliz»,
La cultura de la memoria, Andreas Huyssen

«Pero nada se oculta en este cielo, hija, nada.
Y el difunto corazón, podrido y todo,
no olvida bajo tierra…»,
Reducciones, Jaime Huenún

 

A mis hijas:
Bernardita, María Paz y Valentina

 

ASÍ NACE UN LIBRO

 

Fue un sábado de octubre de 2005. El día amaneció con algo de bruma y era muy temprano cuando cuatro mujeres iniciaron un viaje. La noche anterior, cada una, en sus propias casas, preparó un pequeño bolso con algo de ropa para un par de días. Nada elegante ni sofisticado. La idea era estar cómodas, poder caminar, pero, sobre todo, conversar.
Alguna titubeó sobre si llevar uno o dos blue jeans. Quizá por la nubosidad engañosa de octubre, otra dudó si era mejor un chaleco grueso o una parka, aunque para el clima de La Serena tal vez fuera demasiado abrigo, especialmente, en esta época del año, cuando ya comienza la primavera en Chile.
Elizabeth, Gina, Valentina y Myriam estaban ansiosas y expectantes ante lo que serían esas jornadas en las que volverían a estar juntas desde la mañana hasta la noche, como así había sido hacía más de una década.
Si alguien hubiese visto a Gina saliendo en su auto al amanecer, habría podido intuir su nerviosismo y su alegría. Aceleró fuerte, aunque no había prisa, y se dirigió hacia el sector precordillerano por la zona sur de la capital. Tenía el tiempo suficiente para llegar al punto de encuentro a la hora convenida, donde la esperaba Elizabeth. A los pocos minutos, la divisó en una esquina. Elizabeth estaba junto a Víctor, su pareja, y después de que ambas se abrazaran con cariño y Víctor saludara a Gina, fue él quien colocó el pequeño bolso en el interior. El automóvil retomó la vía, ahora con las dos mujeres en dirección hacia el sector oriente de la ciudad.
—Me siento como cuando, siendo niña, iba de paseo de curso…
—Sí, yo también, me costó quedarme dormida. ¿Cómo quedaron tus hijos, Ginita?
—Bien, les encantó la idea de que nos juntáramos… ¿Es seguro que viene la Myriam? ¡Tanto tiempo que no la veo!
Tomaron Américo Vespucio. A esa hora, el vehículo se desplazaba casi en solitario por las calles de Santiago. Bajaron por Bellavista y, en la esquina con Pío Nono, frente a la Escuela de Derecho de la Universidad de Chile, estaban otras dos mujeres. La frondosa melena de Valentina era inconfundible. Gina estacionó a un costado de la calle. Puso las luces de emergencia y se bajaron. Las cuatro mujeres se abrazaron entre risas y exclamaciones de alegría.
—¡Logramos convencer a Mamá Osa! —dijo Gina. Myriam sonrió amorosamente.
—Hace tanto tiempo que no estábamos las cuatro juntas…
Los primeros rayos del sol habían empezado a salir, dándole color y otras formas a los edificios y anuncios. Ahora ya iban las cuatro mujeres y juntas se detuvieron ante un surtidor de combustible.
—Estanque lleno, por favor. El viaje es largo.
Pusieron música y las conversaciones se empezaron a cruzar, entre risas y demostraciones de cariño:
—Yo traje uvas…
—Y yo, galletas que me dieron mis hijos.
—Todo bien mientras no tengamos que hacer turnos de aseo, ni charlas sobre la situación política nacional… ¡Ja, ja, ja!
—Ni escuchar las noticias por la radio en la madrugada…, ni que la Eli nos mande a acostar temprano.
Gina les contaba que estaba feliz trabajando en un jardín de infancia, aunque había cosas que no le gustaban. El entusiasmo de Valentina también era evidente. Un proyecto con otros colegas sociólogos que podía tener muchas posibilidades le hacía brillar los ojos, y vibraba mientras compartía los detalles. Myriam acababa de regresar de un largo viaje cargada de afectos y proyectos. Elizabeth, como siempre, tranquila y con mirada melancólica, manifestaba su desazón con la medicina privada.
—Me ha costado acostumbrarme. En la medida en que la salud es un negocio, se distorsiona todo, el paciente de pronto es un enemigo que te puede demandar por cualquier cosa.
La conversación iba de un tema a otro, sin mucho orden. Las cuatro mujeres ponían en común sus alegrías, relataban qué había sido de sus vidas en esos años, hablaban de sus trabajos y sus familias, y también exponían sus temores y penas. No había inhibiciones ni secretos entre ellas. Eran cuatro mujeres que habían tenido una activa participación en la lucha contra la dictadura de Pinochet y que, por ello, habían pagado con largos años de cárcel. Eran cuatro expresas políticas, pero, sobre todo, cuatro amigas que se reencontraron en un intenso fin de semana en el que lloraron, rieron y sanaron algunas heridas pendientes de su época de cautiverio.
En esas conversaciones comprendieron que sus vidas eran para ser contadas, como diría Gabriel García Márquez, y estaban dispuestas a hacerlo. Este libro nació entonces, ese fin de semana de 2005, en la ciudad de La Serena, pero la historia que narra empezó antes, y yo llegué a ella mucho después, cuando tres de sus protagonistas decidieron contarla.

 

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